domingo, 12 de junio de 2016

Tocando Roma por primera vez

El día en que conocería Roma. Volaría hacia lo que tanto había esperado y por lo que tanto me había esforzado. Recuerdo aquel día a la perfección; lleno de hasta luegos, lleno de pensamiento, lleno de ganas. Cero nervios, había dormido y comido como cualquier otro día. Ante las grandes ocasiones, la fuerza por aprovecharlas es mayor a todo. Sabía que a partir de ese día mi vida cambiaría por completo.


Ya en el aeropuerto, tuvo lugar un encuentro muy especial, el primero con un romano. Un hombre que trabajaba en Santiago pero tenía a su familia en Roma, a la que iba a visitar.
En la cola para embarcar, me vino a preguntar algo acerca del DNI. Noté su acento y le pregunté de dónde era. Al responderme, el pobre hombre comenzó a enfrentarse al que seguramente fue el mayor interrogatorio de su vida. Por suerte, él también parecía interesado en mi historia, lo que nos envolvió en un diálogo que amenizó la espera. Durante aquellos instantes que compartimos, la ilusón no se borró ni un segundo de mi rostro. Él no tenía ni idea de lo que ese momento suponía pero, para mí, era muy especial. Pensaba: ''en verdad estoy camino a Roma!''.

Una vez en Fiumicino, empezó ya desde el minuto uno esa continua superación de obstáculos que Roma te pone y que tanto me ha hecho crecer. Acompañaron la situación un montón de primeros encuentros. La primera chica romana, mi primera conversación larga en italiano, la primera vez que escuché una bronca de una mujer romana (qué belleza!)...
Me fui de allí sin mi maleta, sin saber si la recuperaría y con un retraso importante. Pero... aquél viaje en taxi! ¿Puede haber algo más mágico? Gente de Roma... otro primer encuentro, ese taxista fue el primer romanista que conocí. Hablamos de la ciudad y del equipo y me aconsejaba sobre la vida en la Capitale mientras pasábamos entre las maravillas de la noche romana  que él me iba explicando y mostrando. Mi primera visión de Roma. Deseaba pararme en el tiempo durante ese trayecto. La imagen de Santa Maria Maggiore con su belleza nocturna y con mis ojos de aquella primera vez.
Recuerdo perfecamente que me decía ''todo ha merecido la pena. Incluso, si todo se redujese a este viaje en taxi, habría merecido la pena''.


Y, entonces, llegué al que a partir de ese momento, sería mi hogar. El chico que bajó de ese taxi... no podía ni imaginarse todo lo que Roma le daría.